viernes, 25 de abril de 2014

Viernes 25



Venir de una semana corta anestesia. Un poco. Contra la ingratitud de los alumnos, la pesadez de la burocracia y la cara de oler pedos de algunas personas. Eso sí, la indolencia te dura hasta que te dicen que tenés que asistir a una reunión obligatoria en la que se coordinará cómo entregar programas, planificaciones, diagnósticos de grupos y trabajos de recuperación por los días perdidos por la huelga.


La paciencia se te va por la alcantarilla y tenés ganas de ponerte a gritar: Ya hice todo eso, ya lo imprimí, no me digan ahora que hay nuevos protocolos y que me tengo que meter las copias por el garguero. (Se me ocurren muchas cosas que me podría meter por el garguero, pero juro que las copias de las planificaciones no son una de ellas.) Suspiro con la fuerza de Zeus, pero no se mueve ni una hoja. Hay furias devastadoras que mueren en la propia mente. La notificación concluye con: Se otorgarán certificados de asistencia. Pero el día y la hora elegidos no me coinciden con ninguna clase, de modo que, con mi poca suerte, será una actividad extra… extra. Tendrían que existir actividades que excluyen a los que cumplimos siempre. Aunque perderían su propósito, porque son actividades a las que vamos los que cumplimos siempre para escuchar quejas de los que no cumplen nunca. Conclusión: ¿no sería mejor arrastrar con la fuerza pública a los que no cumplen nunca y dejarnos a nosotros en paz? No, eso sería demasiado sentido común y ya se sabe que es el sentido que más escasea.


Voy, llego más cansado que puta de puerto en huelga de estibadores. Correr de una escuela a otra, de la mañana a la noche, no es apto para todo público. Somos los mismos cuatro de siempre. Ya podríamos fundar un grupo folklórico, quién sabe, por ahí nos iría mejor. La reunión es de una previsibilidad deprimente. Arranca con un ¿qué problema tienen? Respuesta lógica: Ninguno que esta reunión pueda solucionar. Algo que sería revolucionario. En vez de eso comienza la catarsis habitual. Los docentes son los únicos seres que pretenden sanarse las heridas ahondándoselas con una cucharita. Me aburro tanto que podría llorar para levantarme el ánimo. Encima como es reunión “extra” no hay refrigerio. Si tuviera un reino lo cambiaría por un café. Con crema.


Pasamos a lo que nos compete: los programas y las planificaciones. ¡No!, hay cambios… ligerísimos en la presentación. Lo suficientemente notables como para que los míos, ya impresos, sean tan útiles como un compás en una orgía. La jefa pide colaboración para unos proyectos que, hasta en la enunciación, suenan faraónicos. Las más entusiastas agregan troncos de sequoias al incendio. Si desde un principio sonaban inviables, ahora los proyectos se vuelven imposibles. Alguien sugiere incluir en el equipo de trabajo a Fulanita. Ah, dice la jefa, buenísimo, Fulanita es tan dedicada. Pregunta del millón: ¿si es tan “dedicada” por qué no está en esta reunión y en las 200 anteriores? Ah, claro, tiene imperecedera fama de “dedicada”, porque en vez de dar clase, se la pasa en la puerta de su salón charlando hasta con las moscas que pasan. Las entusiastas se van con una lista de deberes, que olvidarán apenas lleguen a sus casas, perdón, me corrijo, no bien traspasen la puerta de este salón.


Una hora y media después, gracias a los cielos, el evento se da por concluido. No saqué nada en claro, no se me aportó nada, me voy como vine. Claro, con un par de horas menos en mi vida, que bien podría haber llenado de un modo más constructivo: rascándome la cicatriz del conducto ónfalo-mesentérico o sea el ombligo, por ejemplo. Me dan ganas de pertenecer al grupo de los que no cumplen nunca. Van felices por la vida sin darse por aludidos para reuniones tan esclarecedoras como el barro.


Díganme andropáusico, pero no hay nada más inútil que hacer de cuenta que nos ocupamos cuando no hacemos más que aceitar el sistema para que siga aplastándonos.

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