jueves, 3 de abril de 2014

Jueves 3




Que los ángeles lloren lágrimas de sangre y que yo no tenga otro momento de alegría, si reniego de un feriado. Pero uno que cae en el medio del arranque de actividades puede tener contraindicaciones. Puede devolvernos al primer casillero de nuestro juego de la oca. Y este jueves, en vez de tener la resignación de un jueves, tiene los bríos sádicos de un lunes. A la hora de prepararme para ir a la escuela, tengo menos ganas de hacerlo que de someterme a una trepanación de cerebro sin anestesia. Pero si después de más de 30 años de docencia, no tengo la inercia de un profesional, estuve más de 30 años al  pedo. Como no fue así, junto ganas del fondo del tarro y salgo. Antes, claro, suspiro por no haber nacido George Clooney.


Se supone que es una clase sencilla porque es mixta. No mixta porque haya varones y mujeres, sino porque hay alumnos que ya me tuvieron y otros que no. Y si conversaron, ya se habrán pasado mis señas, mis ventajas y donde me aprieta el zapato. Lo cual acelera el trámite de la adaptación mutua. De nuevo, otro curso más de falsos adultos, o sea con primacía de  jovencitos más imberbes que berbes, pero al menos hay tres adultos verdaderos. Entre ellos, albricias, el Peñón de Gibraltar. Lo llamo así porque es un “pater familias” de aquellos. No solo es un alumno ejemplar sino que se preocupa de que todos lo sean, les recuerda a sus compañeros las tareas a traer, las fechas de examen y hasta les hace fotocopias extras a los que faltaron. Si en cada clase hubiera un Peñón de Gibraltar, nuestra tarea sería más lisa que la auténtica seda china de gusano. 


No me puedo quejar, el repaso fluye venturoso, interrumpido apenas por la irrupción de la preceptora, que se disculpa por traer notificaciones. Hay que elaborar un plan de clase alternativo para recuperar los días perdidos, traer tareas para las horas libres y elaborar un cuadernillo con actividades para el hogar, (todo por el mismo motivo, repito y subrayo: los días  perdidos). Al margen, claro, de las planificaciones anuales habituales, el informe inicial sobre cada grupo que tengamos y la hoja de ruta apropiadamente sellada. La hoja de ruta (planilla en que consignamos los días y las horas que tenemos en cada escuela y que es firmada por alguna autoridad de las diferentes escuelas en las que trabajamos) tiene un plazo de entrega entre imposible y absurdo: mañana. Si quisiéramos cumplir con dicho plazo, tendríamos que ir a las escuelas a las que no fuimos ayer a que nos firmen la hojita. Sin comentarios. 


El sistema se ha empeñado en que la vida del docente sea tan agradable como pasar la noche en un ascensor atrapado entre dos pisos, con un cable roto, otro a punto de cortarse, y con 20 personas más, diarreicas y multifóbicas. Ante cualquier eventualidad, subrayo cualquiera, el factor de ajuste siempre es el docente. Si el alumno no aprende, la responsabilidad es tuya; si hacés huelga porque te dan un sueldo de miseria, la responsabilidad es tuya; y si hay un tsunami en Saigón, la responsabilidad es tuya. Desde ya, perderé el fin de semana haciendo el informe, el plan alternativo, los cuadernillos y las tareas extras para las horas libres. Los presentaré para que sean convenientemente archivados, y sólo en el 1% de los casos puestos en práctica. Todo para que la Barbie Ministra, que de Educación no entiende de nada, salvo del curso de posgrado: Tintura para el Pelo, se haga la eficiente ante los diarios. En un aula me banco la que sea, y si me descuido, hasta con una sonrisa, pero el papeleo al pedo me saca más pelos que al Yeti. 

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