No
voy a decir que las escuelas son una fiesta, porque nunca lo son, pero cuando
la semana va a ser corta, hay algo parecido a la alegría que se respira por
aulas, patios y corredores. No porque se preparen pequeños viajes, ni porque se
deguste lo que se vaya a hacer en el tiempo libre, sino por el más evidente de
los motivos: porque la semana va a ser corta. En vez de padecer 5 días, solo
padeceremos 3. Dicho así, la diferencia parece poca, sin embargo en términos de
liberación de las tareas obligadas es como una eternidad feliz.
Y la
alegría depara paciencia, tolerancia, levedad. Cuando se nos recuerda que no
entregamos todavía los informes, los programas, las hojas de ruta, refrenamos
la puteada que tenemos siempre a flor de labios y sonreímos. Mentimos impunemente
con un deleite de dulce de leche, decimos que aprovecharemos el tiempo libre
para ponernos al día (cosa que no haremos para no contradecir la libertad
implícita en aquello de que el tiempo que nos espera es “libre”). Lo curioso es
que lo decimos con convicción, como si de verdad fuéramos a ponernos a hacer
informes, actualizar programas o fotocopiar la bendita hoja rutera. Lo
olvidamos no bien lo decimos y si después durante el largo fin de semana, lo
recordamos, en vez de hacer lo prometido nos entregamos a la dulce culpa de
procrastinar (latinajo delicioso que significa dejar para un eventual mañana lo
que podemos hacer ayer, hoy y mañana).
Y si
durante la brevedad de los tres días de trabajo, algún alumno se retoba frente
a un ejercicio, se niega a escucharnos mientras explicamos por enésima vez el
secreto del presente simple (secreto que los alumnos se niegan a develar) o se nos
desafía con una flagrante ruptura a todas las normas de convivencia, desde el
fondo de nuestra almita buena (que no sospechábamos tan buena) contamos hasta
10, 100, 1000 y con filosófica comprensión enfrentamos el problema.
Y si
la alegría no es solo brasilera, esta bonhomía no es privativa de los docentes.
No, los alumnos están mejor predispuestos, más receptivos. No serán una Yentl,
pero están lo más cerca que puedan estarlo. Con la promesa del fin de semana
largo han aprendido más que en 70 clases normales.
De
donde se deduce que en secundaria (no sé en jardín o primaria) menos es más. La
ley nos condena a 180 días lectivos, que los ministros de educación suben a 190
para no ser menos. En las actuales condiciones, si negociáramos con los alumnos
mayor aprendizaje a cambio de menos días, hasta podríamos terminar enseñando
Shakespeare. Pero, en fin, nadie entiende menos de educación que un ministro.
Para la referencia a Yentl ver
por favor
http://enunbelmondo.blogspot.com.ar/2014/04/hay-momentos.html
http://enunbelmondo.blogspot.com.ar/2014/04/hay-momentos.html
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