Últimas
horas de libertad antes de que la cabeza se llene de listas de alumnos,
planificaciones a editar, hojas de ruta a llenar, informes a realizar, fechas
de exámenes a recordar y otras delicias administrativas a gambetear. Llueve con efectos especiales, por si se corta la luz, plancho la
ropa que usaré durante la semana, no porque me importe demasiado la apariencia
o la prolijidad sino para no desatar miradas extras de curiosidad o crítica. A
veces no hacerse notar no es la mejor política, es la única posible para
sobrellevar los días sin presiones extras. Normalmente, secundaria comienza sus
clases una semana, o al menos algunos días, después de primaria. Y en el caso
de la secundaria de ex adultos (la aclaración pertinente del “ex” vendrá a su
debido momento) hasta hay comienzos escalonadas, por ejemplo, el primer lunes
inicia tercero (que se supone más consolidado), el martes segundo y el
miércoles o jueves, primero (que necesita un poco más de tiempo para
efectivizar sus listas). Este año, como venimos de una huelga larga, sabrá Dios
cómo será. La consigna es que mañana estemos todos en las escuelas. Si a todos
los actores se les frunce el cuero antes de comenzar una función teatral, a
todos los docentes (tanto a los nuevitos como a los bien veteranos) nos acucia
una angustia antes de comenzar las clases: ¿cómo serán los grupos que nos
toquen? Porque las peculiaridades de los grupos en cuestión serán los afanes o
los deleites con los que tendremos que convivir todo, subrayo todo, el año. Los profesores, a diferencia de los maestros que
se ocupan de una sola clase, tenemos tantos cursos diferentes, subrayo
diferentes, como horas tengamos. Y en la variedad está el gusto o el disgusto.
Los lunes pueden ser la gloria, los martes el infierno, el miércoles el
purgatorio, los jueves el budismo zen y los viernes, te da lo mismo, ya estás
anestesiado. Las variaciones pueden darse también en el mismo día: mañana de
lunes “en paz”, tarde de lunes “de pesar”. Y claro, incluso de un período a
otro: nirvana en la primera hora de la mañana (más que nada porque están dormidos),
nadar en el río de los cocodrilos en la siguiente. El año pasado, cuando
entraba los jueves a la tarde a una escuela, me cruzaba con un grupo de
alumnitos y en silencio le agradecía a los cielos que no me hubieran tocado,
después los veíamos en acción en el patio porque rara vez tenían clases, los
profesores hacían cola para renunciar y los suplentes pasaban tan fugazmente
que parecían fantasmas. Que el terror te esquive no invalida que siempre esté
latente.
Mientras me detengo en los pliegues de las camisas,
de paso también me plancho el ánimo. Lo que deba ser será, tal como daba a
entender la vieja canción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario